miércoles, 26 de febrero de 2014

Pacifistas de escaparate

Desconfío de la gente pacífica. Como desconfío de aquellos que todo lo hacen en nombre de su dios o a éste le agradecen cuanto de bueno consiguen o de malo no les afecta; y son incapaces de culparlo si la mala suerte los azota. Cualquier persona que tenga la oportunidad, no dudará en esgrimir el tan sobado "yo soy muy pacífico", y lo puede decir mostrando los dientes o después de haberse ensañado física o psicológicamente con alguien que no le parezca simpático, o en especial si es alguien cercano y existe la confianza necesaria para no andar cubriéndose con máscaras. Esas palabras aseguran la redención o cura de todo mal a quien haya sacado sus fauces al menor signo de peligro para su integridad. A nadie he oído decir "yo soy belicista" o "soy agresivo" o "soy violento", si bien será extraño el caso de quien no haya conocido a personas que podrían disponer de esas aseveraciones como lema o resumen de su actitud vital.


Gandhi era pacífico, qué duda cabe. Incluso hasta extremos que rozarían la sumisión estúpida o harían pensar en la cobardía absoluta. En eso consiste el pacifismo, y no en pregonar las virtudes propias de que se suele carecer. Lo demás es abusar de las palabras, que son parapeto o filtro de la verdadera esencia de las personas. John Lennon conoció la India, el budismo y a Yoko Ono, y es uno de los más grandes autoerigidos pacifistas de la historia. Envuelto en escenarios blancos y en ropa blanca, cuando no desnudo como un niño (o un animal), exhibió lo que era el pacifismo a su entender, en actitud bien abierta hacia el público que seguía necesitando. Durante aquella época de tan elevada espiritualidad y de inmaculado posar, sus puyas contra quien era casi un hermano, Paul McCartney, no mostraron un ápice de pacifismo, ni de filantropía, ni de fraternidad, ni de piedad, sino que hasta buscó la complicidad del bueno de George Harrison, amigo y compañero de ambos, para grabar el mordaz How do you sleep?


No se puede saber objetivamente la influencia de aquella mujer que conquistó al músico; sí sabemos de los alaridos, más cercanos al trastorno mental que a la interpretación musical, que hacían sonrojar a algunos espectadores incondicionales en los conciertos inauditos del Lennon enamorado. Cabrera Infante narra en El libro de las ciudades sus encuentros con los cuatro beatles y de qué manera ingrata le sorprendió el carácter agrio de Lennon. Y lo cierto es que, habiendo un antes y un después de la aparición de la pacifista Yoko Ono en el camino de los muy respetados Beatles, en cuestiones de paz, música e integridad, uno que yo conozco no duda en quedarse con el antes.

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