miércoles, 26 de febrero de 2014

Los Creyentes católicos

Los creyentes creen en la existencia de un fin y principio, creen en la existencia de un sistema absoluto, una verdad todo poderosa y creadora, un dios externo a nosotros que se encuentra por encima de todo, y sostienen, en ésta su creencia, dogmas y verdades inamovibles, principalmente morales; ciertamente, éstas caducan, entonces las mantienen todo lo que pueden sin base o utilidad aparente con cietas artimañas, por ejemplo, lo que antes denominaban "antinatural", ahora lo llaman "antropológicamente incorrecto".

La creencia en un ser sobrenatural y externo a nosotros les viene determinada, principalmente, por su lógica aristotélica, lógica a través de la cual tiene sentido la existencia de la verdad absoluta, y por la que se separa lo verdadero de lo falso, incurriendo en paradoja su coincidencia. No ocurre así, por ejemplo, en aquellas culturas donde imperó la lógica paradójica, lógica basada en la negación de la existencia de esta verdad, la cual se entiende como un absurdo, pues no se niega la coexistencia de lo verdadero y lo falso. La idea de dios derivada de esta lógica paradójica no es externa, si acaso no existe, o se sobreentiende como el conjunto del universo y la naturaleza. En cambio, estos creyentes, cuyas mentes se encuentran involucradas en la lógica aristotélica, no admiten que algo pueda ser verdadero o falso al mismo tiempo, y convierten su lógica en una lógica formal, muy práctica por otra parte para el avance de la técnica.

Dentro de su propia lógica, en su razonamiento, ya encontraron hace tiempo lo absurdo de la idea de sistema de referencia absoluto, de verdad absoluta, y se toparon, tanto filosófica como científicamente, con la paradoja (para su lógica) que imponía esta idea, en principio tan básica, pero tan letal al mismo tiempo. Aquellas paradojas que sus antepasados trataban como meros fallos del lenguaje, se convirtieron en verdaderos escollos al principio del siglo XX. Ciertamente, antes de llegar a esta conclusión formal, mucho antes, los propios creyentes crearon el concepto de fe, el cual se basa en la creencia bajo cualquier circunstancia. Este empeño en creer a pesar de las evidencias viene dado por su convencimiento en de dos cosas; una, como ya hemos dicho, en el método científico de base aristotélica; necesitan, pues, de sistemas de referencia siempre superiores o dicho de otra forma, como los hombres no tenemos una lógica completa, y por lo tanto, no podemos, mediante unos determinados axiomas, llegar a demostrar el conjunto que definieran sólo con ellos, necesitamos de un axioma distinto al conjunto... de ahí la invención de este poder superior como creador del universo. Nada para ellos puede existir por sí mismo más que el propio dios, de esta forma, antes negarían las teorías que dan una formación autosuficientes del universo, que la propia autosuficiencia de algo que ellos mismos han inventado; pero ni siquiera les haría falta negar estas teorías, pues siempre podremos preguntarnos que hay más allá, aun cuando la respuesta fuera "nada", pues a dios, por la propia naturaleza de nuestra mente, siempre podemos colocarlo en un sistema de referencia superior, ya que nuestra cabeza nunca se conformará con un fin sin acción. Su segundo convencimiento se debe a una falacia muy extendida entre aquellos a los que convenía estas creencias, y ésta es que todos los hombres necesitan creer en poderes absolutos y externos. Para poder convencer a las gentes de este segundo "lema", inventan una historia de la humanidad, lineal, comenzando por hablar de los "ídolos" de los hombres primitivos, hasta los dioses de las culturas que llaman "paganas", y con esta mira ajustada, crean la perspectiva de que el hombre necesita, forzosamente, la creencia de un ser o poder externo a él. Recogen un trazo lineal donde sólo adoptan lo que les conviene del pasado de un determinado tanto por cien de la población humana, y dejan de lado todos aquellos pueblos no creyentes de la verdad absoluta, y que no venerando dios alguno, respetaban todos los puntos de vista, los cuales conforman la realidad. Los creyentes, sin embargo, han guerreado enormemente por los motivos de sus creencias, pues la creencia en la verdad absoluta puede llevar a la intolerancia.

La educación en semejantes fantasías continúa en los países más cristianizados a pesar de su supuesto carácter laico, y esto se debe, no solo a la simple voluntad de traspasar a sus hijos sus ideas, si no que muchos padres, pensando que sus hijos tienen esa necesidad de creer en poderes misteriosos, les enseñan las creencias de su tradición convencidos de que de esta forma se librarán de caer en creencias horribles, sectas destructivas, al tener otras fantasías más nobles rondando en su cabeza, pero no se percatan de que introducen a su hijo ya en otra secta, que si bien no tiene por qué ser destructiva, la propia creencia en poderes extraños, o lo que es más preocupante, la creencia en la necesidad de estos poderes, les puede dar muchas más probabilidades de caer, los deja más indefensos ante las creencias destructivas, pues el hombre con una educación basada en el respeto y en la certeza de que las fantasías de poderes ocultos no ayudan para nada, debieran de tener menos peligro. Y muchos de ellos argumentan, que teniendo ellos la misma educación, son ahora personas exentas de todo tipo de dependencia, pero no sólo olvidan todo el proceso que tuvieron que pasar hasta llegar al punto en que se encuentran, sino que además, no están tan libres de la secta como creen, pues no tienen el valor de evitarles a sus hijos la misma suerte.

Cabría preguntarse si mucho del daño que se puede ver en estos países, sobre todo en lo que se refiere a la violencia doméstica, pudiera haberse evitado con una asignatura basada en la enseñanza de los valores de respeto e igualdad, en vez de en valores morales basados en creencias místicas.

Actualmente, en la lucha por intentar convencer con la razón de sus ideas,  los católicos, proponen muchas veces la idea de dios como el conjunto del universo entero, pero como no quieren abandonar la idea de poder, al mismo tiempo, externo y todo poderoso, se topan tanto con la paradoja de conjunto universal, como otras tantas derivadas (para la lógica aristotélica), y para solucionarlo, utilizan la esperanza en la fe, y la promesa de que el creer sin pensar los llevará a la verdad después de la muerte. La palabra fe, cuyo significado es el de creencia, se convierte, para los creyentes, en una revelación de dios, es decir, es la propia invención lo que les revela que la invención es una verdad inmutable, esta estulticia queda camuflada en la palabra fe, de forma que ante las aseveraciones que tiran por tierra su creencia, el creyente ya no tiene que contestar "es que yo creo de todas formas" lo que le dejaría como un idiota, sino que puede decir "yo tengo fe", que queda más aparente y semeja decir muchas más cosas.

Así pues, inventan también una palabra para el que no cree, "ateo", y de esta forma  lo convierten en algo definido, como si el estado natural del hombre fuera el creer en este tipo de fantasías y el que así no lo hiciera, fuera un bicho extraño; como aquello que yo he inventado es el ser al que le debemos la vida, ser un "ateo" es una ofensa.

Los creyentes se apoyan en la hipótesis más "perfecta" que hay, esto es, la hipótesis sin base, la cual no es discutible, pues no es ni demostrable ni refutable y justamente, por no tener sustento, puede inventarse tantas cosas como se quiera de él, y por lo tanto, siempre se mantiene en un sistema de referencia más absoluto, escapando de cualquier razonamiento. Esta hipótesis la elevan a la categoría de axioma.       

Imagínese que yo dijera que, sentado junto a mí, hay un extraterrestre. Si impongo como base de su existencia las conjeturas de que pueden haber extraterrestres y el hecho de que no es refutable su existencia, da igual lo que se dijera, siempre voy a tener una respuesta, pues si los que estuvieran junto a mi intentaran refutarlo y dijeran que no lo ven, yo podría decir que es invisible; si dijeran que no lo detectan, yo diría que su tecnología es tal, que es imposible detectarlo; si dijeran que no lo escuchan, yo diría que sólo se comunica conmigo. Entonces los refutadores dirían que no es importante para ellos algo así, que algo que no ven, no escuchan ni detectan, no les incumbe, pero entonces, yo diré que me dice cosas que sólo él sabe, y que me ha dicho que debo convencerlos de su existencia, o que por ejemplo, debo exterminar a los infieles. De esta forma, el axioma que en principio parecía intocable y al tiempo sin importancia, se convierte en un grave problema para ellos; este tipo de hipótesis pueden convertirse en un problema en el momento en que la gente no se percata de que algo de estas características no se puede tomar en serio sólo por no poderse refutar.

En el caso del dios católico, sirve este ejemplo, si bien, hay que añadir un elemento más, pues no solo se pueden apoyar en las conjeturas de su posible existencia y la no refutabilidad de la hipótesis, si no que en el momento en el que se le supone un padre, hay que salvar el escollo de la falta de comunicación, ya que a todo aquel al que se le diga que tiene ese padre lleno de amor querrá, obviamente, hablar con él y/o pedirle ayuda. Para salvar este problema se apela a su grandeza e importancia, si no puedo comunicarme con él, es porque yo no soy suficientemente digno o porque no sé hacerlo correctamente; "debes escuchar a tu corazón" dicen, que viene a ser lo mismo que hacer introspección, algo que en las sociedades católicas de hoy en día se hace bien poco.

Ese es el problema principal de los creyentes en general (sean o no cristianos) basan sus vidas en una hipótesis no demostrable, y a partir de ahí, tienen una influencia no siempre positiva (igual da que fuera siempre positiva, pues una influencia con estas bases es siempre lastimoso), como es el caso de prohibir los métodos anticonceptivos, minusvalorar a la mujer o verse con el derecho de tratar de "antropológicamente incorrectas" conductas homosexuales o de otra índole. Y muchas veces, las buenas obras que se hacen a partir de estas creencias son expuestas como las únicas, o como si sólo a partir de esta creencia fuera posible los buenos actos.

Además de este problema principal, propio de cualquier creyente en dios, en los católicos hay que añadir su confianza en unas escrituras de las que desconoce su origen, aunque gracias a una elaborada propaganda de siglos, muchos de ellos desconocen la ignorancia existente sobre el origen de su secta, y dan por comprobado todo lo dicho y representado una y mil veces. Toman, además, a su dios como un dios de amor, lo que les obliga a excusarlo constantemente, bien apelando a nuestra libertad, bien a incomprensibles designios que no nos debemos cuestionar.

Al final, sea como fuere, siempre se ven obligados a ir deshaciendo o transformando sus dogmas, y ante la contradicción que esto representa, empiezan a sobresalir creyentes que entienden su creencia como un conjunto de ideas independientes de la moral, a la que empiezan a restarle importancia, y reclaman una fe absoluta; todo lo que haga falta para no perder el sustento, el sistema de referencia que atrae a nuestra pobre inteligencia incapaz de comprender el infinito. El creyente se cree, de esta forma, libre.

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